DATOS DE INTERÉS TURÍSTICO
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Por los pinares próximos a Peralejos pastan en la tierna pradera los toros de lidia de la ganadería de Gracia Sorando, con sede en el propio Peralejos. El toro de lidia es figura de aquella tierra bravía de elegante estampa, noble y hermosa como la que más, pero temible en los días de cellisca, en las noches crudas de los inviernos, cuando sólo el salir de casa es toda una aventura, a la que las buenas gentes del lugar tantas veces habrán de hacer frente.
Al otro lado del río Cabrillas, los soberbios farallones que por encima de los pinos alzan su testa de piedra, recuerdan aquellos otros de la vecina Serranía de Cuenca, alineados como murallas de un enorme Jericó, como obra de titanes en las márgenes de los ríos. Y el pueblo, que deberá aparecer de un momento a otro, guarda ciertas semejanzas en emplazamiento y estilo, con la villa de Tragacete, poco más allá, la más pintoresca y acogedora de los contornos, y la mejor dispuesta para el turismo; una realidad hace tiempo insospechada, sobre la que hoy basa gran parte de su economía.
El pueblo surge a la vuelta de una curva después de muchos kilómetros de viaje, con sus casas retocadas, amarillas y blancas, bajo techumbres rojizas casi todas ellas. Está situado en mitad de una caldera natural inmensa, rodeada de montanas grises en cuya cumbre destaca el abrupto roquedal.
Cuando se entra por la primera calle, por la calle larga que lleva como oficial el nombre de Arroyo de Arriba, todavía pueden verse algunas casonas de vieja concepción, en las que cuenta, como reliquia de aquel otro Peralejos, con galerías de tosco barandal de palitroques, y rincones pocos, esa es la verdad- capaces de aportar a quienes los observan con detenimiento, imágenes retrospectivas del pueblo de pastores y ganaderos que antes fue, del pueblo de hacheros y leñadores, de gancheros y madereros, cuya vida y costumbres marcan, muchos años después, un tiempo de leyenda en el que, una vez allí, al viajero gusta que se entretenga su imaginación.
Sobre la plaza de la Fuente se alza, mirando hacia el río, la espadaña de su iglesia parroquial de San Mateo. Todo viene a estar a mano en Peralejos: la iglesia, la plaza Mayor, las casonas solar de aquellas familias de renombre, las huertas, los montes, el pinar, los hoteles y las aguas verdes del Tajo tan joven aún.
En Peralejos de las Truchas hay tres plazas: la Plaza Mayor, la de la Fuente, lar la Plaza de la Taberna. A distintas alturas al andar por sus calles, se enfrenta el caminante con casonas bicentenarias de renombrada raíz, casas que dieron al pueblo una importante nómina de hijos distinguidos, como la de los Araúz, la de los Sanz o la de los Jiménez; ésta última en la calle que dicen de la Cañada.
El tiempo corre en Peralejos vertiginosamente; se agota enseguida en un solo mirar y mirar. Los altos que llaman de la Muela de Utiel y los cortes rocosos de Zaballos y de la Vieja, anuncian muy próximo el verdadero paraíso serrano: los cauces del río; un relax para el corazón del sufrido caminante que vino desde lejos, un antídoto eficiente y muy recomendable para los males de la vida moderna.
Muestra el pueblo, contemplado desde el Cerro Molina, un bello conjunto homogéneo de clásica arquitectura popular serrana, cornpuesto de más de doscientas casas, atravesando al centro por un arroyo escaso al que cruzan dos puentes, y que hoy ha sido en parte canalizado y cubierto. Destaca de sus edificios la iglesia parroquial dedicada a San Mateo. Obra sencilla del siglo XVII, con torre de campanas sobre el muro occidental, y al sur, bajo atrio, la portada construida en 1652. El interior es muy amplio, de tres naves separadas entre sí por arcos de medio punto. Es de planta cruciforme, con la parte central cubierta por cúpula hemisférica en cuyas pechinas se dibujan con vivos colores los cuatro evangelistas. Por el templo se distribuyen varios altares barrocos, de trazos y hechuras populares, con varias tallas de la época, de los siglos XVII y XVIII, entre las que destacan una pareja de San Pedro y San Pablo; un San Sebastián de madera; el Santísimo Cristo; la Virgen del Carmen y la Virgen de Ribagorda. Tiene también algunos cuadros interesantes, con dos escenas del Purgatorio, y, sobre todo, una magnífica serie de lienzos de apóstoles de escuela tenebrista.
Por el caserío puede admirarse, además de la gran fuente de la plaza, y diversos edificios de acusado y valioso tinte popular, algunas casonas molinesas, en su mayor parte ya adulteradas por sucesivas reformas. Así son destacables las casonas de los Sanz, del siglo XVI, aunque en gran parte reedificada en 1670 por el canónigo, consejero real e inquisidor D. Mateo Sanz Caja, quien la añadió una capilla de sencilla arquitectura y fuertes muros; la de losJiménez, del siglo XVII, en la calle de la Cañada; la casa grande de los Arauz, edificada en 1816, y la de los Díaz, algo más antigua. Es también de interés el edificio, de características molinesas plenas, de la herrería de la Hoceseca, obra del siglo XVIII, con magnífica colección de rejas. Y la ermita de Na Sra de Ribagorda, en plena sierra, de origen medieval, pero reconstruida totalmente, en el siglo XVIII, por los Arauz, de los que se ven algunas lápidas en el suelo.
Son muchas y muy curiosas las leyendas populares que se refieren a Peralejos. Con gran sabor medieval figuran las del hallazgo de la patrona, Ntra. Sra. de Ribagorda, o la terrible historia de los hermanos moros Abendarraez y Zahara, que vivieron en el castillo de Saceda. Otras varias contarán los aldeanos, al amor de la lumbre en los largos días del invierno, si se les pregunta por ellas.